A partir de las 6 de la mañana
los primeros rayos de sol entran por las ventanas rotas del centro de
capacitación, una habitación bastante sucia con 15 camas desordenadas; en una
esquina, separada de las otras se encuentra la mía de la que cuelga un mosquitero que sin querer, siempre
me recuerda a una cama de princesa.
Allí doy vueltas hasta oír como
algún niño llama a la puerta y seguidamente observa por otra ventana lo que
sucede en el interior. Cada día me asignan una casa diferente donde ir a
desayunar, almorzar y cenar. Me levanto de golpe y detrás de una columna me
visto rápidamente ya que los niños no dejan de mirar hasta que salgo afuera.
Cada día son niños diferentes, de
distintas casas, así que empieza el diálogo más normal: ¿Cómo te llamas?
¿Cuántos años tienes? ¿A qué grado vas?¿De dónde vienes?¿Tienes mujer?¿Tienes
hijos?¿Cuánto tiempo vas a quedarte?... Los niños aquí “agarran” confianza muy
rápidamente y te cogen de la mano hasta llegar a su casa.
A menudo para llegar hasta la casa
uno tiene que adentrarse por un pequeño caminito de barro y arena, esquivar
algunos árboles o arbustos hasta poder ver las primeras paredes yonde el humo que
se escapa por distintas aberturas del techo.
Algunas casas están hechas de
cemento y ladrillo pero la mayoría son aún de madera con el suelo de arena, pero
todas tienen bien diferenciada la zona de la cocina y la zona de dormitorio/s,
afuera una letrina y algún sitio donde acumular agua para ducharse, lavar la ropa
y los utensilios de cocina.
Después de presentarme a toda la
familia y volver a responder casi siempre las mismas preguntas pido un poco de
agua para lavarme la cara y las manos (ya que en el centro no hay agua)
mientras me sirven el desayuno típico: tortillas de maíz con frijoles negros
líquidos y algo de beber que puede variar entre un café aguado o agua con harina de maíz. Algunas
veces le acompaña un trocito de queso fresco no muy gustoso pero que se
agradece bastante.
Cocina de una casa.
Me despido de la familia y
regreso al centro (voy a llamarle mi casa) rápidamente para preparar la mochila
e ir hasta la escuela de primaria.
Ando por los caminitos creados
por las pisadas de la gente sobre el césped. Cruzo el centro de Bachillerato
(que sólo está abierto por la tarde), un campo de palmeras y bajo la montaña
hasta cruzar un puente que pasa por encima de un riachuelo para volver a subir
hasta donde se encuentra el colegio. A
medida que voy acercándome, de distintos caminos parecidos al que sigo yo, van
apareciendo niños o maestros en la misma dirección.
Este pequeño colegio tiene 4
construcciones de cemento con techo de chapa donde hay tres espacios (clases)
separados por una pared que no llega al techo. En medio una pequeña pista para
jugar con porterías de hierro sin redes. Fuera de este espacio cuadrado hay
otra aula aún hecha de madera y con el suelo de tierra que debe inundarse cada vez que llueve.
A las 8 en punto entro en la
clase que me corresponde, clases numerosas de unos 35 niños están sentados en
sillas de madera muy viejas. En las paredes cuelgan uno o dos murales con
letras o números que se les están enseñando y una pizarra grande se encuentra
al frente, detrás de la mesa del maestro.
Como cada día, me presento y
salgo con la fila de niños a buscar a los de la siguiente clase ya que la
Educación física la hacen a la vez las distintas clases del mismo curso.
Foto del día de la clase con los
maestros en el patio central de cemento.
Salimos del recinto escolar a un terreno más o menos llano que también hace la función de patio. Allí hacemos una sesión de una o dos horas de EF. Los niños están contentos ya que es algo diferente a jugar a pelota. Algunos de ellos vienen sucios, algunos con chancletas que dejan al lado de un poste antes de empezar la clase, otros mejor vestidos, pero para nada con ropa deportiva… En algunos momentos, sobre todo cuando estamos sentados, nos atacan las hormigas o los mosquitos del campo y créanme que duelen de verdad. En otros momentos es divertido ver como los niños y niñas salen corriendo a un lateral del campo, justo en la línea imaginaria que delimitan los conos (creados esos días con pelotas rotas por la mitad) empiezan a orinar con toda normalidad y sin ningún tipo de vergüenza.
A las 10h salgo del colegio y
hago el camino de vuelta hasta quedarme en el diversificado (Bachiller) y
charlo con un chico que realmente no sé que hace allí, quizás simplemente
atiende a la gente.
Después de descansar allí un
ratito salgo de nuevo hacia el sector 2, otra montañita que tengo que bajar y
subir para cruzar el pequeño rio y salir a la otra parte de la comunidad donde
después de caminar un poco llego a casa de Javier (un chico de 22años que hace
algunas clases de computación y ha iniciado un curso de internet en su casa).
Es una de las únicas casas que tiene el negocio de internet en toda la
comunidad. Hablo con su familia y le ayudo a desgranar el maíz hasta que llegan
(siempre tarde) los alumnos.
Cada día es un grupo de 6 alumnos
diferentes así que siempre empiezo dando un monólogo aburrido sobre la suerte
que tienen que Javier les ofrezca gratuitamente este curso y lo importante que
es llegar puntual para aprovecharlo. Seguido de esto explico la sesión y
después Javier reparte unos ejercicios para realizar.
Como puedes imaginar los maestros
aquí no tienen ningún tipo de formación, simplemente son personas que
estudiaron “universidad guatemalteca” en algún momento.
A las 12h salgo a paso rápido
para regresar al sector 1, a veces con alguno de los alumnos, hasta llegar a la
casa donde me toca almorzar. Esta es mi comida más rápida pero ya le he pillado
el truco a comer con las tortillas los frijoles el huevo y/o la sopa. Así que a
las 12:45 ya estoy de nuevo en el centro del diversificado donde ayudo a Javier
u otro profesor en otras clases de “computación” hasta las 15h. A esas horas el
sol ya está bien fuerte y las aulas con el techo de chapa se convierten en pequeños
hornos que junto a los 40 alumnos hacen que todos salgamos empapados. Por
suerte no hay ventanas y se puede respirar.
Paso por mi casa a dejar la mochila y rehago el camino de nuevo al sector 2 a
casa de Javier que me presta una hora al día el computador para hacer trabajos
para la escuela, para la clase de Internet y que yo aprovecho a la vez para
mandar algún correo.
Centro de capacitación (mi casa)
Mi súper estudio
A las 5 salgo al trote hasta el
sector 1 donde me están esperando un grupo de jóvenes para entrenar a futbol.
Hay días que el campo está ocupado y tenemos que inventar un espacio, otros
días algunos chicos no pueden venir ya que están al campo trabajando o estudiando.
Aún así entrenamos como podemos con 2 balones y 6 conos hasta que empieza a
oscurecer.
Paso por mi casa para recoger
algo de ropa y caminar hasta casa de Pedro, una de las primeras personas que
conocí y que me ofrece su casa para bañarme en su recinto de agua. Por el
camino me cruzo los trabajadores del campo que regresan solitarios con su
machete en mano…es curioso que cuando se va el sol y las calles quedan oscuras
la gene ya no se saluda al cruzarse (no sé por qué será). También escucho los
anuncios que se gritan desde los altavoces para que toda la comunidad se entere
(esto se hace varias veces al día…pero yo hasta la noche no le pongo atención).
Uno de ellos siempre es para la familia que me tendrá que acoger al día
siguiente, otros van desde oportunidades de compra, hasta donaciones para
familias que están enfermas y no tienen recursos, reuniones, convocatoria de
partidos de futbol… creo que cualquiera que quiera decir algo puede ir a avisar
para que lo digan… Yo me rio bastante porque es gracioso oír al locutor con su
mala forma de comunicación, repitiendo mil veces lo mismo, a veces dando la
opinión de forma absurda…
Niños, hombres y mujeres nos
juntamos en el recinto de agua, todo oscuro así que tengo que vigilar no meter
los pies en el barro o cortarme con alguna piedra. Allí lavo la ropa con las
mujeres, algunas me dan consejos de cómo hacerlo mejor, otras se deben reír por
dentro.
Niños sacando agua del pozo (casa
Pedro)
De cubo en cubo se va vaciando
lentamente el gran recinto de agua y la gente se va bañando con el mismo jabón
de lavar la ropa, todos medio vestidos. Para mí es un momento muy agradable del
día ya que aún haber bajado el calor por primera vez me siento refrescado y
limpio.
De allí salgo a saludar alguna de las familias con las que me llevo mejor, ayudo a un chico a solucionar algunos problemas matemáticos y sigo hasta llegar a la familia que da de comer. A esa hora suele estar la casa llena y eso siempre da para hablar más aún que los temas claves siempre son el calor, si en España hace la misma temperatura, que si me llamo como Piqué, que si les puedo mostrar una foto de la Shakira, que si me gustan las tortillas, el Barça y si he ido al rio.
Mi cama
Cada día me siento igual de
agotado pero al mirar la hora en el celular aún no marcan las 9 de la noche… me
rio como si no me lo pudiera creer y me pongo algo de música. Escucho cuatro o
cinco canciones que me traen buenos recuerdos aún que a veces también me
producen algo de melancolía, me doy un tiempo para recordar y echar de menos mi
lugar, mi casa, mi cama, mi familia, mis amigos, las cenas, caminar por las
calles de Barcelona, la comida, la playa, el mirador de los bunkers… . Y es en
este momento, cuando ya apago la música, cierro los ojos y me doy cuenta que
todas esas cosas que echo de menos, sean pequeñas o grandes, son las que me
importan más, las que cuando estoy a Barcelona me hacen
sentir bien y por las que quiero regresar.
Con las niñas al rio!
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